Cuando los chicos empiezan las clases, los padres empezamos con ellos. Los preparativos, las reuniones, las tareas, etc. La ansiedad por conocer las nuevas maestras, de reencontrarse con sus amigos, de habituarse a una nueva rutina, que poco se parece a la de las vacaciones.
El miedo a lo desconocido, el dolor de estomago, las ganas de llorar el primer día, todas sensaciones que nos resultan familiares y que revivimos con ellos.
Es importante no trasmitirles nuestras propias ansiedades y acompañarlos en este proceso de adaptación respetando sus propios tiempos, sin presiones, ni apresuramientos. Entender que para ellos es un desafío cada año, hacerlos sentir capaces, darles confianza y seguridad es nuestro trabajo, que sientan que están preparados para enfrentar nuevos aprendizajes.
Cada niño vive de forma diferente este proceso y por eso es fundamental escucharlos, contenerlos y darles las herramientas necesarias para que pueda tolerar la ansiedad de los primeros tiempos, la separación de los padres y sobretodo para resignar su narcisismo para convertirse en un ser social.
Si logramos trasmitirles el respeto por el otro y por las normas, el valor de compartir, de ser compañeros, de ponerse en el lugar del otro, seguramente les resultará más sencillo insertarse en el grupo y explorar al máximo sus posibilidades. Ahora bien, si estas cuestiones no han sido aprendidas desde el seno familiar y deben ser aprendidas en la institución escolar, el proceso será más arduo y trabajoso, no solo para el niño sino también para los padres.
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